Antonio Machado, Fernando Pessoa, Juan Gelman crearon de un plumazo sus
heterónimos, unos señores que tuvieron la virtud de complementarlos,
ampliarlos, hacer que de algún modo fueran más ellos mismos. También yo
(vanitas vanitatum) quise tener el mío, pero la única vez que lo intenté
resultó que mi joven heterónimo empezó a escribir desembozadamente sobre mis
cataratas, mis espasmos asmáticos, mi herpes zoster, mi lumbago, mi hernia
diafragmática y otras fallas de fábrica. Por si todo eso fuera poco se metía en
mis insomnios para mortificar a mi pobre, valetudinaria conciencia. Fue
precisamente ésta la que me pidió: por favor, colega, quítame de encima a este
estorbo, ya bastante tenemos con la crítica.
Sin embargo, como los trámites para librarse de un heterónimo son más bien
engorrosos, opté por una solución intermedia, que fue nombrarlo mi
representante plenipotenciario en la isla de Pascua. Por cierto que desde allí
acaba de enviarme un largo poema sobre la hipotética vida sexual de los moairs.
Reconozco que no está nada mal. Se nota mi influencia.
Mario Benedetti (Uruguai)
Nenhum comentário:
Postar um comentário